Indiados

Impresiones tras nuestro primer viaje a la India, en julio de 2006

martes, septiembre 26, 2006

Mercados




Comerciante de telas en el mercado de Jodhpur



En ningún lugar se siente latir la vida, tan entera, tan espontánea, como en los mercados. En la India, y en España. Por eso nos fascina recorrerlos, perdernos sin tiempo en sus vericuetos, disolvernos entre el gentío y las mercancías que vienen y van.

Anciano con los productos de su huerta en Mandawa

Cada mercado es un organismo vivo, un ecosistema único aparentemente desordenado, pero que está regido por leyes invisibles para el extranjero, ya que cada cual, con prisa o con pausa, sabe cuál es su lugar. Un intrincado caleidoscopio que es diferente a cada hora, cada día de la semana, en cada ciudad, en cada estación. Se diría que la India toda es un inmenso mercado.

Deliciosos mangos y bananas en Haridwar

Pardas vestiduras de mendigo, y resplandor de saris. Pestilencia de detritus, reducidos a casi nada por perros, vacas, gallinas y cerdos, junto a fragantes carros rebosando clavellinas que serán ofrenda a los dioses. Oscuro barro en el suelo, y fulgurantes montañas de polvo de colores para dibujar la “tikka” sobre la frente de los fieles hindúes. Especias infinitas, frutas dulcísimas, fritangas, mil y un cachivaches made in Taiwán.

Puesto de polvos de color para la "tikka" en Pushkar

Un ciclo-ricksaw, cargado de manera inverosímil, aguarda pacientemente a que una vaca que ocupa tumbada toda la estrechísima calle se decida a moverse, sin importunarla. Un tendero hace caso omiso de la clientela que se agolpa al otro lado del mostrador, mientras reza -un manojo de varas de incienso humea entre las palmas juntas de sus manos- ante el altar doméstico presidido por una horripilante imagen de Hanuman que podría haber salido de cualquier serie manga; de repente interrumpe su inextricable letanía para gritarle al joven aprendiz algo que suena como “¡niño, miravé, atiende a la señá Lakshmi, que tiene prisa!”, y súbitamente parece sumergirse de nuevo en el más profundo éxtasis místico.

Incluso en los mercados destinados al turista, aunque sin duda son menos encantadores, sobreponiéndose a comerciantes insistentes hasta la agonía, ganchos de todo pelaje (algunos realmente imaginativos), y timos recurrentes, desterrada o ya resuelta la relación mercantil, es posible disfrutar de momentos irrepetibles de cercanía humana.

Carmen y un grupo de gitanillas en el mercado de Jodhpur, sosteniendo al bebé, casi recién nacido, de una de ellas.



Puesto de hortalizas en Jaisalmer

Estampando telas de algodón en Jaipur



Datos prácticos: los precios



Si todo es relativo en India, los precios lo son aún más. Prácticamente todo es duramente “regateable”, lo que resulta agotador en algunas circunstancias. En los hoteles, por ejemplo, incluso en los más atildados, siempre hemos conseguido descuentos de al menos un 30% con respecto al primer precio.

Lo que paguéis dependerá de factores tan dispares como la época del año, el día de la semana, la hora del día, vuestra indumentaria, la cara de cansados o entusiasmados que llevéis, ... y, por supuesto, de vuestra habilidad al negociar.

No obstante, intentaremos dar algunas indicaciones para futuros viajeros. Cuando nosotros viajamos, el cambio estaba en torno a 1 euro = 57 rupias (INR)

- Una botella de agua mineral (1 l): 10-20 INR

- Un “thali” (menú normalmente vegetariano, abundante, compuesto por arroz, lentejas, varios tipos de hortalizas especiadas, ensalada, y roti-chapati): 40-100 INR. Thali no vegetariano (básicamente igual, solo que con alguna pequeña ración de carne): 80-150 INR.

- Un refresco (1/2 l): 15-30 INR

- Un “chai” (té): 5-15 INR

- Un “lassi” (especie de yogur líquido, normalmente delicioso, muy refrescante): 12-30 INR.

- Un ciclo-ricksaw: 70 INR/hora

- Una caja de cerillas: 1 INR.

- Una habitación doble de hotel (a veces mucho más que decente, con baño privado, aire acondicionado y, normalmente, desayuno): 500-1000 INR.

- Una propina en un restaurante: 20 INR

- Entradas a monumentos: desde 50 a ¡750! INR (Taj Mahal)

- Un guía oficial en un monumento: en torno a 80-100 INR/hora

...Como orientación general, si os estáis pensando viajar, podemos decir que en 23 días, incluyendo absolutamente todo (desplazamientos con coche con chofer, hoteles, comidas, inevitables compras...), el billete de avión se llevó la mayor parte de nuestro presupuesto. En conclusión, con nuestra manera de viajar (sin excesivos lujos, aunque dándonos alguno que otro), nos atrevemos a decir que gastamos la mitad que si hubiéramos un viaje de la misma duración a través de un paquete de mayorista. ¡Ánimo: no es tan inalcanzable!

miércoles, septiembre 20, 2006

Imágenes: los niños

La encarnación de la felicidad y la esperanza de la India son los niños camino de la escuela.


En una camioneta entre cultivos, camino de Madogarh



En el fuerte de Jaisalmer


Asomado a una ventana de una haveli de Mandawa


En el Ganga aatri de Haridwar

Aliviando el calor del mediodía en el Ganges, Haridwar

En la campiña de Maddhya Pradesh... ¡salieron de la nada!

Mientras sus madres trabajaban cargando piedras en el Raj Mahal de Orccha, ellos cuidaban de su hermanito (debajo)

La pisada de Dios



La ciudad santa de Haridwar viste de rosa, naranja y blanco –los colores de la Iluminación- las orillas del impetuoso Ganges, justo donde este se desprende de las cumbres de los Himalayas para precipitarse sobre la llanura gangótrica como la manifestación misma de la Creación: dador y arrebatador de vida, turbio, imparable, incomprensible, siempre el mismo y siempre diferente… como el Samsara, el ciclo de la existencia hindú.
Cuentan que en el ghat de Har-ki-Pairi (“La Pisada de Dios”), Visnú derramó unas gotas de néctar celestial, dejando una huella tras de sí. Desde entonces, desde hace milenios, los fieles de la religión viva más antigua del mundo no han dejado de recorrer los caminos de la India para hacer su “yatra” (peregrinación), en la esperanza de acumular buen “karma” para, más pronto que tarde, obtener la “moksha” (liberación) del ciclo de las reencarnaciones y volver al Brahman, lo eterno, infinito y no creado. ¿Complicado? No sólo. Para un occidental, tirando a racionalista y descreído, es sencillamente ininteligible... aunque puede que sí, de alguna manera, aprehensible.


Peregrinos descansando junto a Hanuman, el dios-mono



Saddhu bañándose en el Ganges


Los peregrinos y saddhus (santones; algunos reales, otros simples mendigos) pasan el día refugiados a la sombra de enormes árboles, al pie de cada cual hay un pequeño altar repleto de ofrendas (cualquier árbol, cualquier fuente, cualquier piedra, es representación y parte de Lo Sagrado en la India), o sofocando el aplastante y húmedo calor tomando un baño (¿ablución sagrada, o chapuzón: quién sabe la diferencia?) en el río. Lo mismo hacemos nosotros, agarrándonos a las cadenas colocadas para no ser arrastrados por la fuerte corriente. Al secarnos, nuestra piel y nuestra ropa brilla por el sedimento mineral del río. ¿Algo se pega? Sonreímos al ver puestecillos donde se venden garrafas de todos los tamaños destinadas a transportar agua del río santo: son las mismas que en Fátima o en Lourdes.



Vendedor de ofrendas en Har-ki-Pairi ghat

Baño ritual colectivo en Har-ki-Pairi ghat



Conforme el sol declina, un lento fluir de gente se dirige al ghat de Har-ki-Pairi. Y nosotros en él. Entre miles de indios, sómos los únicos extranjeros. Nos gustaría ser meros testigos, desapercibidos, pero es imposible no llamar la atención. Nos tratan con cortesía y curiosidad, nos saludan con un “namasté” o con un “wich country?”, nos ceden sitio para sentarnos en el suelo junto a ellos. Familias enteras se purifican en el río, en un ambiente de júbilo desenfadado. Atardece y, como cada día, comienza el “Ganga aarti”, ceremonia de “comunión” (es el término más acertado que encuentro) con el río, la madre Ganga. Sobre hojas trenzadas, flotan ofrendas de pétalos de flor y pequeñas velas encendidas, río abajo. Ahora sí que somos invisibles. Todos, sin distinción de edad, sexo o casta, se unen en el mismo “bhajan” (himno). También nosotros nos sentimos, de alguna inexplicable manera, parte. No comprendemos, pero acaso esa es la clave: aceptar no comprender. Hare Ganga...


Ganga aarti en Har-ki-Pairi ghat

viernes, septiembre 01, 2006

Los havelis de Mandawa


Día 6 de julio de 2006. Empezamos el día en Delhi, bien tempranito, desayunando con la familia de Rana. Vamos hacia el oeste, hacia a la región del Shekawati, hacia el desierto del Thar, frontera natural con Pakistán..

Tomamos un itinerario alternativo a la ruta habitual que, según asegura Rana, nos hará ahorrar un par de horas.. Salir de Delhi se nos hace interminable; sus extrarradios son aún más contaminados, más míseros, más anárquicos. Empezamos por fin a ver horizonte: los verdes arrozales de Haryana vienen a relajarnos la vista. Respiramos…





Animales al borde de la carretera: búfalos en Haryana, dromedarios en Rajasthan, "chinkaras" (especie de pequeñas gacelas) en el desierto del Thar.

Gradualmente, el paisaje torna del vergel al desierto. Los árboles de mango, por acacias. Los búfalos, por dromedarios. Los blandos regadíos, por duro y polvoriento paisaje de sabana. Las ovejas, por alguna furtiva gacela y rebaños de famélicas cabras guiadas por pastores que podrían haber vivido en los tiempos de Abraham.

Un destartalado cartel nos informa de que entramos en Rajasthan; debemos parar para pagar las obligadas tasas que nos cobran por pasar de un Estado a otro, en un sitio inverosímil, una minúscula aldea en mitad de ninguna parte. Mientras Rana iba en busca de “la oficina de peajes”, que nadie parecía saber dónde estaba, nosotros bajamos del coche para estirar las piernas y salir del horno crematorio en el que se convertía nada más apagar ese amago de aire acondicionado que tiene. Nada más salir empezaron a llegar hombres, muchachos, niños que se paraban a nuestro lado… en cuestión de minutos estábamos rodeados por ¡todo el pueblo!, congregado a escaso metro y medio (las mujeres algo más apartadas, nos observaban de lejos), sin quitarnos el ojo de encima, mirándonos fijamente, intensamente, como si fuésemos apariciones, sólo les faltó tocarnos con el dedo para comprobar que éramos de carne y hueso. Así se debió sentir el Dr. Livingstone, supongo. Imposible hablar con ellos; nadie sabía una palabra de inglés. Nos ofrecieron agua, que sólo Carmen se atrevió a aceptar, por la estabilidad de los intestinos, y nos despedimos con un montón de reverencias y “namasté”. Otro mundo.

Aún no habíamos asimilado que en la India la curiosidad es natural, y no supone ninguna grosería mirar intensamente y de cerca a otra persona, o preguntarle por su familia, su salario,… A lo largo del viaje, en cuanto alguien sabía cuatro palabras de inglés, intentaba saber de nuestra vida; si tenía cámara, una foto con “blancos” era algo así como un trofeo.


Calle principal de Mandawa


Hacia mediodía llegamos a Mandawa, una pequeña población con un importante pasado comercial por encontrase en una encrucijada de la Ruta de la Seda. Parece ser que aquí era donde se hacían los intercambios de la seda que venía de China por el opio procedente de Afganistán. Gracias a ello floreció una potente clase comercial, cuyos ricos mercaderes se construyeron espléndidas residencias, los “haveli”, decoradas con maravillosas pinturas murales en las que se entremezclan motivos clásicos del vasto panteón hindú, bailarinas, elefantes, guerreros, con otros, tan sorprendentes cuando crees encontrarte en un pueblo medieval varado en el desierto, como coches, locomotoras, artilugios alados a modo de aeroplanos, barcos, teléfonos,… y es que, aunque la sola mención, casi como un verso, de “la Ruta de la Seda”, nos transporte a tiempos remotos, en realidad fue una ruta muy activa hasta hace poco menos de ochenta años, cuando cobraron importancia el ferrocarril y el puerto de Bombay. Los haveli continuaron, por lo tanto, siendo palacios de Las Mil y Una Noches hasta bien entrado el siglo XX, cuando sus dueños las abandonaron para continuar sus negocios en Bombay o Calcuta.

Pinturas murales de motivos tradicionales y "modernos"

Primer patio de una "haveli" en Mandawa


Tras estar cerradas durante años, la gente más humilde ha decidido ocuparlas, por lo que ahora cada una de ellas está invadida por varias familias que viven repartidas entre sus patios, haciendo hogueras que ahuman las pinturas murales, criando animales sobre los ricos pavimentos… pero manteniéndolas vivas.