Indiados

Impresiones tras nuestro primer viaje a la India, en julio de 2006

sábado, febrero 10, 2007

Imágenes: nosotros

Carmen y Ruth, reflejadas en un estanque frente al Taj Mahal de Agra




En el parque nacional de Kheoladeo Ghana


Carlos, a 50ºC, ante la puerta de la Jama Masjid de Fatehpur Sikri, la más grande de toda Asia


"Ommm..." Al amanecer, en los templos jain de Lodruva, cerca de Jaisalmer





Carmen en el templo jain de Adinath, en Ranakpur



Rana, Carlos y Carmen bañándose en las (frías) aguas del Ganges a su paso por Haridwar. No por ganar el jubileo: es que hacía un calor de justicia.




Carlos, en el atrio de uno de los templos jain dentro del fuerte de Jaisalmer






Ruth, en el fuerte de Jaisalmer





Dos "maharanis" en una haveli de Mandawa






Carlos, asomado a la jungla desde el templo jain de Adinath, en Ranakpur






































































































domingo, febrero 04, 2007

Homenaje a la India

Hace un par de semanas, por mi treinta cumpleaños, me regalaron un libro fabuloso: "Homenaje a la India" (ed. Lunwerg, 2006). Se compone esencialmente de las fotografías de Olivier Fölmi, un alemán que pasó veinte años viviendo la India; todas son espléndidas, y cada una de ellas, por sí misma, transmite mucho más de todo lo que nosotros lleguemos a escribir nunca en este blog: La imagen es sensual, traspasa tu retina y se clava en tu corazón sin pasar por la cabeza, no se puede explicar por nunca por completo... igual que la India misma. Esta certeza fue la primera que sentí al ojear el libro... y no es que resultara especialmente alentadora para retomar la escritura del blog, después de casi tres meses de abandono.
Sin embargo, una frase en el prólogo de ese libro, tan emocionante como las fotografías, me ha obligado a volver a "enfrentarme" a aquel viaje: "es más práctico olvidar la India que tratar de comprenderla". Yo sé que no voy a comprenderla nunca, pero tampoco quiero olvidarla.
Por eso, renuevo hoy el propósito de ofreceros, y ofrecerme, lo que de ese viaje queda en mí.
No me resisto a copiaros el texto del que os hablaba. Aunque puede parecer largo, os pido que lo leais: es espléndido, magnético... ¡me reconozco tanto en él!
Lunes, 8,45 horas. Un día de verano en Nueva Delhi.

El aire vibra como un horno. Ataca. Absorbe la energía de sus víctimas, dejándolas exhaustas, agotadas. Para combatir el intenso calor de mayo, hay que ser un guerrero.

Mi rickshaw se detiene en el semáforo de Defence Colony. A mi izquierda, a pie de calle, se alza un pequeño templo moderno con el aspecto de una deliciosa tarta rosa. Enfrente, una vaca deambula por la acera. Un hombre sale del templo, hablando acaloradamente por un teléfono móvil. Transpira a borbotones. Enormes gotas de sudor le resbalan por la frente; se deslizan por su nariz, hasta caerle sobre el pecho; dede el lóbulo de las orejas hasta el cuello de la camisa, y desde las puntas de los dedos hasta el suelo.

Ve la vaca. Parece ignorarla. Sin dejar de hablar, introduce la mano en el bolsillo, saca un pastelillo y se lo ofrece al animal. Mientras este lo va masticando, el hombre le rasca el cuello, justo allí done a las vacas más les gusta que les rasquen. Tras engullirlo, levanta la cabeza para disfrutar el máximo de las caricias del hombre. Después, este reemprende su camino, mientras la vaca sigue deambulando lentamente por la acera.

Una escena de lo más natural para un indio; una escena inimaginable para un occidenta. La India es desconcertante. El país que registra el crecimiento más importante en compras de teléfonos móviles, también alberga el cuarenta por ciento de la fauna mundial. A la vez, sus más de mil millones de habitantes lo convierten en el país más densamente poblado de la tierra. La mayor democracia del mundo también es el país más religioso del mundo. La India es asombrosa.

¿Cómo interpretar este país? ¿Qué india debemos observar? ¿La India contemporánea, la India tradicional o la India eterna? ¿Podemos hablar de una sola India? ¿O tal deberíamos referirnos a ella en plural... las Indias’ Veintinueve estados, dieciocho lenguas oficiales, miles de dialectos, multitud de religiones, seis mil periódicos diarios. La India es fascinante.
El problema no estriba únicamente en cómo interpretar este país, sino en cómo ver el resto del mundo tras haber visto la India. No es un lugar que uno pueda visitar, contemplar, analizar, apreciar, juzgar y después olvidar. La India no se ve, se vive. La India te confronta con su humanidad. Te obliga a contemplar la naturaleza humana en toda su vergüenza y magnificencia, a amarla y odiarla al mismo tiempo, a aceptarla tal y como es. La India es como un virus: se apodera de tu cuerpo y te transforma. Ya no eres tú quien visita la India; es ella quien te visita a ti.

Ante esta perspectiva, más de un visitante la ignora, prefiriendo censurar su cuerpo y alma antes que correr el riesgo de cuestionar su propia visión del mundo. Resulta más fácil olvidar a este hombre hablando por el móvil y acariciando la vaca; fingir que ninguno de ellos existe, salvo en la imaginación. Es más sencillo creer que, tarde o temprano, un país tan caótico como este terminará por destruirse a sí mismo, ahogándose en sus propias contradicciones. Es más práctico olvidar la India que tratar de comprenderla. Y es que, en última instancia, ¿cómo aceptar que las vacas también tengan derecho a pasear tranquilamente por las calles de cualquier ciudad? ¿Cómo considerar normal que un hombre provisto de un móvil comparta con ellas lo que él mismo acaba de tomar a modo de bendición en el templo? Desde el momento en que aceptamos que todo ello forma parte de la realidad, cualquier cosa es posible.

Sin embargo, con independencia de que hayamos nacido en la India o no, la cuestión de cómo concebirla, cómo comprenderla, sigue siendo la misma. Uno de nuestros antiguos proverbios reza así: “Para conocer la India, hay que tener tres vidas”. Una espléndida metáfora para explicar que, en este país, nada es exactamente como parece.

Estar en la India supone verse asaltado por sensaciones, olores, colores, emociones, preguntas; esforzarse por encontrar respuestas; hacer frente a tus propios deseos y a tus temores más íntimos. Estar en la India significa ser cegados por el sol y ensordecidos por la lluvia. Estar en la India significa asistir a la lucha por la vida en lo más profundo de tu ser; sentir cómo la despiadada mirada de la desgracia se posa sobre ti, en cada cruce, en cada acera; sentir el preciso instante en que te traspasa el hombro y te susurra al oído: “Puede que la próxima vez te toque a ti”. Estar en la India significa contemplar cómo tu autosuficiencia se rompe en mil pedazos. Significa sentirse libre. E impotente. Significa no olvidarse ni un solo instante de esa fabulosa y extraña energía que te rodea.

Estar en la India significa comprender que la vida es una paradoja. Significa tener que plantearse la cuestión de la existencia. Estar en la India significa optar, en más de una ocasión, por ser sordo y ciego, pese a saber que nunca llegaremos a serlo del todo. Estar en la India significa sentirse solo, sentirse humano. Aprender a aceptar lo inesperado, en lugar de luchar contra ello. Estar en la India significa saber que el tiempo es subjetivo, salvo cuando se trata de nacimientos, muertes o matrimonios. Estar en la India significa no conocer jamás el aburrimiento y a menudo la desesperación. Estar en la India significa aprender a confiar. Estar en la India significa saber que todo cambia y nada se pierde, excepto los recuerdos. Estar en la India significa formar parte de una tradición viva. Ser moderno y tradicional a la vez. Estar en la India significa ver la eternidad en un abrir y cerrar de ojos.

Radhica Jha