Indiados

Impresiones tras nuestro primer viaje a la India, en julio de 2006

sábado, febrero 10, 2007

Imágenes: nosotros

Carmen y Ruth, reflejadas en un estanque frente al Taj Mahal de Agra




En el parque nacional de Kheoladeo Ghana


Carlos, a 50ºC, ante la puerta de la Jama Masjid de Fatehpur Sikri, la más grande de toda Asia


"Ommm..." Al amanecer, en los templos jain de Lodruva, cerca de Jaisalmer





Carmen en el templo jain de Adinath, en Ranakpur



Rana, Carlos y Carmen bañándose en las (frías) aguas del Ganges a su paso por Haridwar. No por ganar el jubileo: es que hacía un calor de justicia.




Carlos, en el atrio de uno de los templos jain dentro del fuerte de Jaisalmer






Ruth, en el fuerte de Jaisalmer





Dos "maharanis" en una haveli de Mandawa






Carlos, asomado a la jungla desde el templo jain de Adinath, en Ranakpur






































































































domingo, febrero 04, 2007

Homenaje a la India

Hace un par de semanas, por mi treinta cumpleaños, me regalaron un libro fabuloso: "Homenaje a la India" (ed. Lunwerg, 2006). Se compone esencialmente de las fotografías de Olivier Fölmi, un alemán que pasó veinte años viviendo la India; todas son espléndidas, y cada una de ellas, por sí misma, transmite mucho más de todo lo que nosotros lleguemos a escribir nunca en este blog: La imagen es sensual, traspasa tu retina y se clava en tu corazón sin pasar por la cabeza, no se puede explicar por nunca por completo... igual que la India misma. Esta certeza fue la primera que sentí al ojear el libro... y no es que resultara especialmente alentadora para retomar la escritura del blog, después de casi tres meses de abandono.
Sin embargo, una frase en el prólogo de ese libro, tan emocionante como las fotografías, me ha obligado a volver a "enfrentarme" a aquel viaje: "es más práctico olvidar la India que tratar de comprenderla". Yo sé que no voy a comprenderla nunca, pero tampoco quiero olvidarla.
Por eso, renuevo hoy el propósito de ofreceros, y ofrecerme, lo que de ese viaje queda en mí.
No me resisto a copiaros el texto del que os hablaba. Aunque puede parecer largo, os pido que lo leais: es espléndido, magnético... ¡me reconozco tanto en él!
Lunes, 8,45 horas. Un día de verano en Nueva Delhi.

El aire vibra como un horno. Ataca. Absorbe la energía de sus víctimas, dejándolas exhaustas, agotadas. Para combatir el intenso calor de mayo, hay que ser un guerrero.

Mi rickshaw se detiene en el semáforo de Defence Colony. A mi izquierda, a pie de calle, se alza un pequeño templo moderno con el aspecto de una deliciosa tarta rosa. Enfrente, una vaca deambula por la acera. Un hombre sale del templo, hablando acaloradamente por un teléfono móvil. Transpira a borbotones. Enormes gotas de sudor le resbalan por la frente; se deslizan por su nariz, hasta caerle sobre el pecho; dede el lóbulo de las orejas hasta el cuello de la camisa, y desde las puntas de los dedos hasta el suelo.

Ve la vaca. Parece ignorarla. Sin dejar de hablar, introduce la mano en el bolsillo, saca un pastelillo y se lo ofrece al animal. Mientras este lo va masticando, el hombre le rasca el cuello, justo allí done a las vacas más les gusta que les rasquen. Tras engullirlo, levanta la cabeza para disfrutar el máximo de las caricias del hombre. Después, este reemprende su camino, mientras la vaca sigue deambulando lentamente por la acera.

Una escena de lo más natural para un indio; una escena inimaginable para un occidenta. La India es desconcertante. El país que registra el crecimiento más importante en compras de teléfonos móviles, también alberga el cuarenta por ciento de la fauna mundial. A la vez, sus más de mil millones de habitantes lo convierten en el país más densamente poblado de la tierra. La mayor democracia del mundo también es el país más religioso del mundo. La India es asombrosa.

¿Cómo interpretar este país? ¿Qué india debemos observar? ¿La India contemporánea, la India tradicional o la India eterna? ¿Podemos hablar de una sola India? ¿O tal deberíamos referirnos a ella en plural... las Indias’ Veintinueve estados, dieciocho lenguas oficiales, miles de dialectos, multitud de religiones, seis mil periódicos diarios. La India es fascinante.
El problema no estriba únicamente en cómo interpretar este país, sino en cómo ver el resto del mundo tras haber visto la India. No es un lugar que uno pueda visitar, contemplar, analizar, apreciar, juzgar y después olvidar. La India no se ve, se vive. La India te confronta con su humanidad. Te obliga a contemplar la naturaleza humana en toda su vergüenza y magnificencia, a amarla y odiarla al mismo tiempo, a aceptarla tal y como es. La India es como un virus: se apodera de tu cuerpo y te transforma. Ya no eres tú quien visita la India; es ella quien te visita a ti.

Ante esta perspectiva, más de un visitante la ignora, prefiriendo censurar su cuerpo y alma antes que correr el riesgo de cuestionar su propia visión del mundo. Resulta más fácil olvidar a este hombre hablando por el móvil y acariciando la vaca; fingir que ninguno de ellos existe, salvo en la imaginación. Es más sencillo creer que, tarde o temprano, un país tan caótico como este terminará por destruirse a sí mismo, ahogándose en sus propias contradicciones. Es más práctico olvidar la India que tratar de comprenderla. Y es que, en última instancia, ¿cómo aceptar que las vacas también tengan derecho a pasear tranquilamente por las calles de cualquier ciudad? ¿Cómo considerar normal que un hombre provisto de un móvil comparta con ellas lo que él mismo acaba de tomar a modo de bendición en el templo? Desde el momento en que aceptamos que todo ello forma parte de la realidad, cualquier cosa es posible.

Sin embargo, con independencia de que hayamos nacido en la India o no, la cuestión de cómo concebirla, cómo comprenderla, sigue siendo la misma. Uno de nuestros antiguos proverbios reza así: “Para conocer la India, hay que tener tres vidas”. Una espléndida metáfora para explicar que, en este país, nada es exactamente como parece.

Estar en la India supone verse asaltado por sensaciones, olores, colores, emociones, preguntas; esforzarse por encontrar respuestas; hacer frente a tus propios deseos y a tus temores más íntimos. Estar en la India significa ser cegados por el sol y ensordecidos por la lluvia. Estar en la India significa asistir a la lucha por la vida en lo más profundo de tu ser; sentir cómo la despiadada mirada de la desgracia se posa sobre ti, en cada cruce, en cada acera; sentir el preciso instante en que te traspasa el hombro y te susurra al oído: “Puede que la próxima vez te toque a ti”. Estar en la India significa contemplar cómo tu autosuficiencia se rompe en mil pedazos. Significa sentirse libre. E impotente. Significa no olvidarse ni un solo instante de esa fabulosa y extraña energía que te rodea.

Estar en la India significa comprender que la vida es una paradoja. Significa tener que plantearse la cuestión de la existencia. Estar en la India significa optar, en más de una ocasión, por ser sordo y ciego, pese a saber que nunca llegaremos a serlo del todo. Estar en la India significa sentirse solo, sentirse humano. Aprender a aceptar lo inesperado, en lugar de luchar contra ello. Estar en la India significa saber que el tiempo es subjetivo, salvo cuando se trata de nacimientos, muertes o matrimonios. Estar en la India significa no conocer jamás el aburrimiento y a menudo la desesperación. Estar en la India significa aprender a confiar. Estar en la India significa saber que todo cambia y nada se pierde, excepto los recuerdos. Estar en la India significa formar parte de una tradición viva. Ser moderno y tradicional a la vez. Estar en la India significa ver la eternidad en un abrir y cerrar de ojos.

Radhica Jha

martes, noviembre 07, 2006

Jainas






Monje jain en el templo de Adinath, en Ranakpur


El Jainismo es otra de las piezas que componen el desconcertante mosaico religioso de la India. Una pieza pequeña (sus fieles apenas constituyen un 0,5 % de la población), pero sorprendente y sugestiva.

La historia jaina comienza en el siglo VI a.C., el siglo de los grandes pensadores y de la crisis espiritual de Asia (Zoroastro, Buda, Lao zi, Confucio...), cuando el príncipe Vardhamana Vaishali, Mahavira, cuya vida ofrece un increíble paralelismo con la de Siddharta Gautama, Buda, abandona la corte para seguir la vida ascética. Tras doce años de meditación a la sombra de un árbol se declara “jain” (“victorioso”), e inicia su vida de predicación itinerante, fundando comunidades de monjes. Sin embargo, aunque a Mahavira se le considere el fundador del jainismo, sólo fue el último de los veinticuatro profetas santificados o “tirthankara” -personajes más legendarios que documentados históricamente-, canalizando, dando vida y organización a la doctrina supuestamente heredada de aquellos.

Sorprendentemente, en el jainismo no hay lugar para un dios creador y omnipotente, por lo que los jainas se declaran directamente ateos; pero el universo está poblado de innumerables almas individuales que viven prisioneras en la materia y sufren por liberarse de ella, ya sean vegetales, animales o humanas. Los jainas admiten la ley del karma, de las reencarnaciones -como todas las religiones de origen indio-, pero tienen en cuenta estas reencarnaciones como algo peligroso, pues son precisamente lo que van creando un cuerpo excesivamente sólido, una prisión del alma o, como los jainas dicen, unas especie de “costra”.

Monje jain en uno de los templos en el fuerte de Jaisalmer


Creen que se puede alcanzar la liberación mediante la pureza absoluta del alma, que se consigue despojándose de todo “karman”, estado generado por los propios actos y que apresa el alma, mediante la práctica de las “cinco abstenciones mayores”: no matar, no mentir, no robar, no caer en la incontinencia sexual y no ser codicioso. La primera abstención implica una total “ahimsa” (no-violencia), de pensamiento y de acto, hacia cualquier ser vivo. Esto supone, por supuesto, que son estrictamente vegetarianos, hasta el punto de comer tan sólo aquellas frutas y vegetales que cuelgan de las ramas y que pueden ser obtenidos sin dañar a la planta. También implica, por ejemplo, que ningún jaina puede ser agricultor, ya que con el arado podría dañar o matar a los animales que viven bajo tierra. Incluso es posible ver a algunos que cubren permanentemente su boca con un trozo de lienzo para evitar tragar accidentalmente algún insecto, o que caminan barriendo suavemente el suelo delante de sus pasos para no pisar ningún minúsculo ser vivo. En el centro de Old Delhi visitamos un curioso hospital para pájaros heridos en la ciudad (donde hasta las rapaces tienen por fuerza que hacerse vegetarianas) que resulta absolutamente surrealista, cuando en la puerta se agolpa la miseria humana.


Pintura en el Charitable Jain Birds Hospital, en Old Delhi


Las otras abstenciones (no matar, no mentir, ...), que lo mismo deberían valer, por ejemplo, para un cristiano, también se las toman tan a pecho que su total veracidad y honestidad les ha hecho ganarse la confianza de la gente y un gran respeto social, dedicándose al comercio, la joyería, la banca, la cultura o la administración (oficios todos que no implican daño a otros seres). Ante la vorágine de timadores que viven de sablear inmisericordemente al turista, nos resultó un descanso encontrar un vendedor jainista de miniaturas en Udaipur, o un correligionario joyero en Jaipur.

Por ello, gracias a su ejemplar comportamiento y a que todos se fían de ellos, han podido convivir pacíficamente durante más de dos mil quinientos años con las sucesivas religiones mayoritarias (budismo, hinduismo, islam), gozando además de un gran poder económico y cultural. Los laicos llevan una vida austera, y donan todas sus ganancias a los religiosos, quienes las utilizan para fundar hospederías, hospitales, escuelas, universidades o centros de investigación, pero también para construir los más ricos templos de la India y para adornar sus imágenes con metales y piedras preciosas.


Interior de un templo jainista en el fuerte de Jaisalmer

Detalle escultórico de un templo jainista en Ranakpur

Interior de un templo jainista en el fuerte de Jaisalmer


Allá donde existen, los templos jainistas fueron parada inexcusable para nosotros: Jaisalmer, Chittogarth, Ranakpur,... Son sobrecogedores, excesivos, deslumbrantes. Dentro de ellos, los bosques de columnas, las cúpulas como finísimos brocados, las figuras humanas, animales y vegetales, todas de purísimo mármol blanco, se multiplican abrumadoramente, como en un caleidoscopio, produciendo en nosotros una sensación mezclada de mareo físico y extraña paz, dentro de un espacio místico sin tiempo ni pasiones, inmersos en un torbellino en el que lo múltiple individual gira en torno a nosotros vertiginosamente, hasta aparecerse, al fin, como lo uno infinito.


Cercare l’uno nel molteplice, il molteplice nell’uno, decía una canción de Jovanotti.


Cúpula en el interior del templo de Adinath, Ranakpur


martes, octubre 24, 2006

Imágenes: rincones, detalles (II)


Atardecer en el río Betwa, en Orccha





Celosía en Amber Fort, Jaipur


Lago Pichola, Pushkar


Aseo matutino cerca del Amber Fort, Jaipur


Gadi Sagar tank, cerca de Jaisalmer


Mono en la selva, cerca de Ranakpur





Imágenes: rincones, detalles

Vidriera en el Junagarh Fort de Bikaner



Huellas que conmemoran el "Sati" (autoinmolación de las esposas del Maharaja) en la entrada del Junagarh Fort de Bikaner




En un templo jainista en Lodruva, cerca de Jaisalmer

Detalle de "Torana" (pórtico) en un templo jainista en el fuerte de Jaisalmer

En el patio de una casa en el fuerte de Jaisalmer



Puerta de una casa en el fuerte de Jaisalmer



Ventana en Jaisalmer



Pintada callejera en Udaipur



miércoles, octubre 18, 2006

La Ciudad Dorada



Entrada al fuerte de Jaisalmer


“La sin par Jaisalmer”. Por una vez, la guía no se equivocaba: Jaisalmer no tiene igual. Ninguna otra ciudad posee un poder de evocación comparable.


Jaisalmer: barco varado en la inmensidad del Gran Desierto de Thar. Jaisalmer: Arca de Noé sobre la colina de Trikuta, su monte Ararat. Jaisalmer: espejismo de dorada arenisca acariciada, azotada, esculpida incesantemente por las arenas y el Simún. Jaisalmer: ondulantes murallas como olas, isla buscada por las caravanas en el mar del desierto.

Llegamos a ella tras cientos de kilómetros de desoladas llanuras desérticas, temiendo que la tormenta de arena que empezaba a arreciar terminara por engullir la estrecha carretera, arrancando al motor del ambassador hasta su último suspiro de fuerza antes de que el sol se escondiera... Pero, para llegar a Jaisalmer, era preciso pagar un peaje de incerteza, de aventura. Nunca vimos a Rana dar gracias a sus dioses con tanto fervor como cuando por fin apareció la ciudad como una fantasmagoría entre la espesa niebla de arena, al filo del crepúsculo.

"Toque el claxon, por favor", en plena tormenta de arena en la carretera hacia Jaisalmer

El fuerte de Jaisalmer aparece, colosal, como emergido de la tierra, con su mismo color, cambiante según las infinitas variaciones de la luz a lo largo del día, del tierno rosado del amanecer, el dorado del implacable sol mediodía, o el naranja incendiado del atardecer. A diferencia de otros fuertes del Rajasthan, el de Jaisalmer no es sólo una alcazaba para el ejército y un alcázar para el maharajá, sino una ciudadela donde, desde hace mil años, se sigue tejiendo la vida cotidiana, en un incesante pulso contra la ruina, contra el olvido, contra el desierto, que amenazan por engullirla. En sus intrincadas callejas, tan estrechas que no es raro que una vaca te impida el paso, las havelis se atropellan unas a otras compitiendo en los encajes de piedra de los “chattris” -balconadas, cúpulas, celosías-, y los templos jainíes se engastan como apariciones sobrenaturales en los que las voluptuosas formas de bailarinas desdibujan la arquitectura y la materia misma del mundo.
Una de las sucesivas puertas de entrada al fuerte
Vaca y haveli al fondo, dentro del fuerte
Murallas
Esculturas en el atrio de entrada a uno de los templos jainistas

A unos kilómetros, pero lejos de todo, como el escenario de un cuento de Borges, se alzan los cenotafios de Amer Sager. Al amanecer, deambulamos entre el bosque de columnas y cúpulas de los monumentos levantados durante siglos para guardar la memoria –no los cuerpos, cuyas cenizas se disolvieron en el Ganges- de los maharajas de Jaisalmer y sus viudas inmoladas en el “sati” de las piras funerarias de sus esposos. La memoria de reyes y reinas olvidados. Qué metáfora de la fútil vanidad humana. Nos impregnamos de soledad y silencio, que son la melodía y la cadencia del magnético, irresistible, canto de sirena del desierto.

Vista general del conjunto de cenotafios reales de Amer Sager

Ruth en Amer Sager

Datos prácticos: los preparativos



Preparar un viaje es casi empezar a paladearlo. Del mismo modo que al cocinar: compras los ingredientes, consultas un libro de recetas, intentas adivinar el sabor del plato. Un buen viaje necesita preparación; aunque nada pueda anticipar su aroma final, la intensidad y los matices de su sabor... y su digestión.

Seguramente, nada puede prepararte realmente para la India. Pero puedes, como nosotros, intentarlo. Por eso, en estas notas de hoy dejaremos algunos datos que podrían ser interesantes.

Internet:

Es la llave maestra para preparar cualquier viaje. La información que se puede encontrar es infinita, así que intentaremos recomendar algunas fuentes concretas.

En primer lugar, la herramienta que nos resultó de más ayuda fueron, sin duda, los foros de viajeros. En ellos se encuentra información abundantísima, actualizada y sin intereses comerciales... y lo más importante: interactiva. Es posible hacer consultas públicas sobre cualquier aspecto en particular que seguramente serán contestadas por viajeros más o menos experimentados. También, encontrar direcciones de correo electrónico y contactos MSN para tomar contacto de manera más privada.

Los foros en castellano que nos parecen más interesantes son, por este orden:

http://www.losviajeros.com/index.php?name=Forums&file=viewforum&f=20

http://www.lonelyplanet.es/foro/default.aspx?g=topics&f=11

http://miarroba.com/foros/ver.php?id=777688

http://es.rentalia.com/travellers/index.cfm/accion/msg/idm/2622.htm


Para los billetes de avión, los dos buscadores específicos que nos ofrecieron los precios más bajos fueron http://www.traveljungle.com y http://www.terminala.com. Los hemos utilizado, ambos, en varias ocasiones, sin ningún problema.

A través de internet, naturalmente, contactamos con nuestro chófer, Rana. Os ponemos de nuevo su dirección de correo electrónico y sitio web: udit_511@rediffmail.com http://www.trivenitravels.com/



Visado:

Es imprescindible obtener visado previamente al viaje. La tramitación lleva al menos veinte días, así que hay que preverlo tranquilamente. Se consigue a través de la Embajada India en Madrid, sede diplomática que es todo un anticipo al caos organizativo de su madre patria. En nuestro caso, nos informaron y confirmaron telefónicamente (cosa difícil, por cierto, lo de que contesten el teléfono) que, personándonos allí, el visado podía obtenerse en el día... lo que resultó ser falso, después de trescientos kilómetros de viaje.

El visado turístico cuesta 50 € por persona, y dura tres meses desde la fecha de emisión (no de solicitud). Es necesario aportar dos fotografías, pasaporte en vigor, y un sobre de postal-express o similar, ya franqueado, para que te devuelvan los pasaportes una vez sellados.


Vacunas, botiquín y precauciones sanitarias

Aunque es una cuestión muy personal, y encontraréis opiniones diversas entre los viajeros, nosotros decidimos acudir directamente a los servicios sanitarios que nos correspondían, explicarles nuestro destino, época y manera de viajar, y hacerles caso. Así que nos vacunamos de tétanos, fiebres tifoideas y hepatitis A y B, y dado que viajábamos a menudo por zonas húmedas al comienzo del monzón, tratamiento paliativo para el paludismo (Savarine: barato y, para nosotros, sin efectos secundarios). Hay que planear el calendario de vacunas con al menos cuatro meses de anticipación.

Además, conviene llevar un botiquín que contenga, al menos: desinfectante tópico (Betadine o similar), material para pequeñas curas, analgésicos y antipiréticos (suaves, y más potentes), antiinflamatorios (“ “), antibiótico de amplio espectro (amoxicilina o similar), antihistamínicos/corticoides (un Urbason inyectable no estaría de más), protector estomacal y antiácido (Almax, por ejemplo), antidiarreico (Citrocil, Fortasec, o similar), sobres de suero salino probiótico, e insecticida (Relec Forte, aunque algo caro, es muy efectivo). Aunque parezca exagerado, os garantizamos, aunque sin querer alarmar a nadie, que utilizaréis al menos la mitad. Por supuesto, si tenéis alguna medicación específica, llevad provisión para todo el viaje.

En cuanto a las precauciones higiénicas, también es una cuestión muy personal. Además, conforme pasan los días, los prejuicios y escrúpulos occidentales se van difuminando con una velocidad pasmosa... ¡qué remedio! En general, reglas de oro son no beber jamás agua no embotellada (y comprobar el precinto de las botellas), ni siquiera en hielos, y restringir al máximo posible el consumo de verduras sin cocinar y carne.

¡Ah! Y contratar un seguro sanitario de viaje. Son baratos... y nunca se sabe.



Guías

Aunque la mayor parte de información la obtuvimos o bien de internet (incluso planos, direcciones, horarios), o durante el propio viaje, no viene mal llevar algún libro.

Sin lugar a dudas, la mejor, en nuestra opinión, es la Guía del Routard de “India Norte”: manejable, con información bastante extensa, y recomendaciones fiables en un porcentaje algo mayor que en otras.

Aunque es posible que muchos no estén de acuerdo, la “Lonely Planet” nos pareció malísima. La información es sucinta y superficial, y los lugares que recomienda siempre han subido sus precios y bajado su calidad, relajados con la avalancha de “lonelyplaneteros” –esa nueva tribu global- de todo el mundo.

Swami-gi

Swami-gi vive solo en lo profundo del bosque, no lejos de Rishikesh, donde la espesura apenas deja ver las majestuosas montañas del pre-himalaya entre las que baja, zigzagueando, frío y tumultuoso, el Ganges.

Habita una casita pintada de azul pálido, de una única y minúscula habitación; lo mismo en el bochorno del verano, el frío del invierno, o el diluvio del monzón. Dentro, sólo un catre y un baúl de madera, un cántaro de barro y un par de libros que no lee, porque desde niño, tras los largos años de estudio en el ashram, ya guarda en su memoria todos los milenarios textos de la cultura sánscrita.

Cuando se asoma desde la penumbra, nos sentimos avergonzados por traer con nosotros nuestra prisa, nuestro desorden, nuestra desconfianza, nuestra torpeza de seres pequeños y perdidos. Pero nos mira y sentimos (Carmen, con los ojos repentinamente llenos de lágrimas) que todo ocupa su justo lugar, todo está en su sitio. ¿Cómo explicar lo que transmitía su mirada? No era una mirada aleccionadora desde un alto púlpito de sabiduría, ni misericorde, ni persuasiva, ni solemne, ni siquiera curiosa... tan sólo un vínculo instantáneo de aceptación, hermandad, paz, reconciliación, que en silencio parecía decir “todo está bien... así ha de ser”. Las miradas dijeron mucho más que las palabras que conseguimos intercambiar a través de Rana.

Nos cuenta que cuando llegamos pensó que éramos animales de la jungla, que a menudo le visitan osos, elefantes, leopardos (naturalmente, nunca se hacen daño. Como Mowgli, la rana, quizá se digan: “tú y yo somos de la misma sangre”). Nos habla de su vida. Cuenta, divertido, que pasó años viviendo en una covacha que se inundaba cuando llovía; que tan sólo come los frutos que quiere ofrecerle el bosque, o que, de vez en cuando, le deja algún visitante; que en pocos días empezará un período de silencio de tres meses, en los que no pronunciará ninguna palabra, para vaciar de ruido su mente... Nosotros le hablamos de nuestra vida, ¡y nos parece tan ridícula, tan sin sentido!... Él nos escucha, y nos aconseja, no hacer, ni dejar de hacer, sino meditar para encontrarnos y comprendernos, y, sólo entonces, verdaderamente encontrar y comprender a los demás.

A sus setenta y muchos años (una edad avanzadísima en la India), es un hombre increíblemente alto, derecho y flexible como un junco, con una recia melena plateada y una sonrisa chispeante y contagiosa en la que relucen, blancos, todos sus dientes.

Cuando nos despedimos, se cubre para la fotografía con dos trozos de tela que tenía colgados en un árbol. Toma apenas dos piezas de la bolsa de mangos y bananas que le traíamos como obsequio, y nos devuelve el resto. Desde la entrada de su morabito, nos parece el hombre más digno y más feliz que hemos visto en nuestra vida... Il Poverello, en su Porciuncola.

martes, septiembre 26, 2006

Mercados




Comerciante de telas en el mercado de Jodhpur



En ningún lugar se siente latir la vida, tan entera, tan espontánea, como en los mercados. En la India, y en España. Por eso nos fascina recorrerlos, perdernos sin tiempo en sus vericuetos, disolvernos entre el gentío y las mercancías que vienen y van.

Anciano con los productos de su huerta en Mandawa

Cada mercado es un organismo vivo, un ecosistema único aparentemente desordenado, pero que está regido por leyes invisibles para el extranjero, ya que cada cual, con prisa o con pausa, sabe cuál es su lugar. Un intrincado caleidoscopio que es diferente a cada hora, cada día de la semana, en cada ciudad, en cada estación. Se diría que la India toda es un inmenso mercado.

Deliciosos mangos y bananas en Haridwar

Pardas vestiduras de mendigo, y resplandor de saris. Pestilencia de detritus, reducidos a casi nada por perros, vacas, gallinas y cerdos, junto a fragantes carros rebosando clavellinas que serán ofrenda a los dioses. Oscuro barro en el suelo, y fulgurantes montañas de polvo de colores para dibujar la “tikka” sobre la frente de los fieles hindúes. Especias infinitas, frutas dulcísimas, fritangas, mil y un cachivaches made in Taiwán.

Puesto de polvos de color para la "tikka" en Pushkar

Un ciclo-ricksaw, cargado de manera inverosímil, aguarda pacientemente a que una vaca que ocupa tumbada toda la estrechísima calle se decida a moverse, sin importunarla. Un tendero hace caso omiso de la clientela que se agolpa al otro lado del mostrador, mientras reza -un manojo de varas de incienso humea entre las palmas juntas de sus manos- ante el altar doméstico presidido por una horripilante imagen de Hanuman que podría haber salido de cualquier serie manga; de repente interrumpe su inextricable letanía para gritarle al joven aprendiz algo que suena como “¡niño, miravé, atiende a la señá Lakshmi, que tiene prisa!”, y súbitamente parece sumergirse de nuevo en el más profundo éxtasis místico.

Incluso en los mercados destinados al turista, aunque sin duda son menos encantadores, sobreponiéndose a comerciantes insistentes hasta la agonía, ganchos de todo pelaje (algunos realmente imaginativos), y timos recurrentes, desterrada o ya resuelta la relación mercantil, es posible disfrutar de momentos irrepetibles de cercanía humana.

Carmen y un grupo de gitanillas en el mercado de Jodhpur, sosteniendo al bebé, casi recién nacido, de una de ellas.



Puesto de hortalizas en Jaisalmer

Estampando telas de algodón en Jaipur



Datos prácticos: los precios



Si todo es relativo en India, los precios lo son aún más. Prácticamente todo es duramente “regateable”, lo que resulta agotador en algunas circunstancias. En los hoteles, por ejemplo, incluso en los más atildados, siempre hemos conseguido descuentos de al menos un 30% con respecto al primer precio.

Lo que paguéis dependerá de factores tan dispares como la época del año, el día de la semana, la hora del día, vuestra indumentaria, la cara de cansados o entusiasmados que llevéis, ... y, por supuesto, de vuestra habilidad al negociar.

No obstante, intentaremos dar algunas indicaciones para futuros viajeros. Cuando nosotros viajamos, el cambio estaba en torno a 1 euro = 57 rupias (INR)

- Una botella de agua mineral (1 l): 10-20 INR

- Un “thali” (menú normalmente vegetariano, abundante, compuesto por arroz, lentejas, varios tipos de hortalizas especiadas, ensalada, y roti-chapati): 40-100 INR. Thali no vegetariano (básicamente igual, solo que con alguna pequeña ración de carne): 80-150 INR.

- Un refresco (1/2 l): 15-30 INR

- Un “chai” (té): 5-15 INR

- Un “lassi” (especie de yogur líquido, normalmente delicioso, muy refrescante): 12-30 INR.

- Un ciclo-ricksaw: 70 INR/hora

- Una caja de cerillas: 1 INR.

- Una habitación doble de hotel (a veces mucho más que decente, con baño privado, aire acondicionado y, normalmente, desayuno): 500-1000 INR.

- Una propina en un restaurante: 20 INR

- Entradas a monumentos: desde 50 a ¡750! INR (Taj Mahal)

- Un guía oficial en un monumento: en torno a 80-100 INR/hora

...Como orientación general, si os estáis pensando viajar, podemos decir que en 23 días, incluyendo absolutamente todo (desplazamientos con coche con chofer, hoteles, comidas, inevitables compras...), el billete de avión se llevó la mayor parte de nuestro presupuesto. En conclusión, con nuestra manera de viajar (sin excesivos lujos, aunque dándonos alguno que otro), nos atrevemos a decir que gastamos la mitad que si hubiéramos un viaje de la misma duración a través de un paquete de mayorista. ¡Ánimo: no es tan inalcanzable!

miércoles, septiembre 20, 2006

Imágenes: los niños

La encarnación de la felicidad y la esperanza de la India son los niños camino de la escuela.


En una camioneta entre cultivos, camino de Madogarh



En el fuerte de Jaisalmer


Asomado a una ventana de una haveli de Mandawa


En el Ganga aatri de Haridwar

Aliviando el calor del mediodía en el Ganges, Haridwar

En la campiña de Maddhya Pradesh... ¡salieron de la nada!

Mientras sus madres trabajaban cargando piedras en el Raj Mahal de Orccha, ellos cuidaban de su hermanito (debajo)