Indiados

Impresiones tras nuestro primer viaje a la India, en julio de 2006

miércoles, octubre 18, 2006

La Ciudad Dorada



Entrada al fuerte de Jaisalmer


“La sin par Jaisalmer”. Por una vez, la guía no se equivocaba: Jaisalmer no tiene igual. Ninguna otra ciudad posee un poder de evocación comparable.


Jaisalmer: barco varado en la inmensidad del Gran Desierto de Thar. Jaisalmer: Arca de Noé sobre la colina de Trikuta, su monte Ararat. Jaisalmer: espejismo de dorada arenisca acariciada, azotada, esculpida incesantemente por las arenas y el Simún. Jaisalmer: ondulantes murallas como olas, isla buscada por las caravanas en el mar del desierto.

Llegamos a ella tras cientos de kilómetros de desoladas llanuras desérticas, temiendo que la tormenta de arena que empezaba a arreciar terminara por engullir la estrecha carretera, arrancando al motor del ambassador hasta su último suspiro de fuerza antes de que el sol se escondiera... Pero, para llegar a Jaisalmer, era preciso pagar un peaje de incerteza, de aventura. Nunca vimos a Rana dar gracias a sus dioses con tanto fervor como cuando por fin apareció la ciudad como una fantasmagoría entre la espesa niebla de arena, al filo del crepúsculo.

"Toque el claxon, por favor", en plena tormenta de arena en la carretera hacia Jaisalmer

El fuerte de Jaisalmer aparece, colosal, como emergido de la tierra, con su mismo color, cambiante según las infinitas variaciones de la luz a lo largo del día, del tierno rosado del amanecer, el dorado del implacable sol mediodía, o el naranja incendiado del atardecer. A diferencia de otros fuertes del Rajasthan, el de Jaisalmer no es sólo una alcazaba para el ejército y un alcázar para el maharajá, sino una ciudadela donde, desde hace mil años, se sigue tejiendo la vida cotidiana, en un incesante pulso contra la ruina, contra el olvido, contra el desierto, que amenazan por engullirla. En sus intrincadas callejas, tan estrechas que no es raro que una vaca te impida el paso, las havelis se atropellan unas a otras compitiendo en los encajes de piedra de los “chattris” -balconadas, cúpulas, celosías-, y los templos jainíes se engastan como apariciones sobrenaturales en los que las voluptuosas formas de bailarinas desdibujan la arquitectura y la materia misma del mundo.
Una de las sucesivas puertas de entrada al fuerte
Vaca y haveli al fondo, dentro del fuerte
Murallas
Esculturas en el atrio de entrada a uno de los templos jainistas

A unos kilómetros, pero lejos de todo, como el escenario de un cuento de Borges, se alzan los cenotafios de Amer Sager. Al amanecer, deambulamos entre el bosque de columnas y cúpulas de los monumentos levantados durante siglos para guardar la memoria –no los cuerpos, cuyas cenizas se disolvieron en el Ganges- de los maharajas de Jaisalmer y sus viudas inmoladas en el “sati” de las piras funerarias de sus esposos. La memoria de reyes y reinas olvidados. Qué metáfora de la fútil vanidad humana. Nos impregnamos de soledad y silencio, que son la melodía y la cadencia del magnético, irresistible, canto de sirena del desierto.

Vista general del conjunto de cenotafios reales de Amer Sager

Ruth en Amer Sager

2 Comments:

Blogger José María JURADO said...

¡Qué susto!

Esta Jaisalmer así de lejos se parece a Robledillo de Gata y el hombre de abajo al Cura.

Ánimo, artista, artistindiados

octubre 19, 2006  
Blogger José Manuel Díez said...

Hay explicación racional para el encaramamiento del perro en el pretil?? je,je!!

Genial este paseo por Jaisalmer, pareja...

octubre 23, 2006  

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