Indiados

Impresiones tras nuestro primer viaje a la India, en julio de 2006

miércoles, septiembre 20, 2006

La pisada de Dios



La ciudad santa de Haridwar viste de rosa, naranja y blanco –los colores de la Iluminación- las orillas del impetuoso Ganges, justo donde este se desprende de las cumbres de los Himalayas para precipitarse sobre la llanura gangótrica como la manifestación misma de la Creación: dador y arrebatador de vida, turbio, imparable, incomprensible, siempre el mismo y siempre diferente… como el Samsara, el ciclo de la existencia hindú.
Cuentan que en el ghat de Har-ki-Pairi (“La Pisada de Dios”), Visnú derramó unas gotas de néctar celestial, dejando una huella tras de sí. Desde entonces, desde hace milenios, los fieles de la religión viva más antigua del mundo no han dejado de recorrer los caminos de la India para hacer su “yatra” (peregrinación), en la esperanza de acumular buen “karma” para, más pronto que tarde, obtener la “moksha” (liberación) del ciclo de las reencarnaciones y volver al Brahman, lo eterno, infinito y no creado. ¿Complicado? No sólo. Para un occidental, tirando a racionalista y descreído, es sencillamente ininteligible... aunque puede que sí, de alguna manera, aprehensible.


Peregrinos descansando junto a Hanuman, el dios-mono



Saddhu bañándose en el Ganges


Los peregrinos y saddhus (santones; algunos reales, otros simples mendigos) pasan el día refugiados a la sombra de enormes árboles, al pie de cada cual hay un pequeño altar repleto de ofrendas (cualquier árbol, cualquier fuente, cualquier piedra, es representación y parte de Lo Sagrado en la India), o sofocando el aplastante y húmedo calor tomando un baño (¿ablución sagrada, o chapuzón: quién sabe la diferencia?) en el río. Lo mismo hacemos nosotros, agarrándonos a las cadenas colocadas para no ser arrastrados por la fuerte corriente. Al secarnos, nuestra piel y nuestra ropa brilla por el sedimento mineral del río. ¿Algo se pega? Sonreímos al ver puestecillos donde se venden garrafas de todos los tamaños destinadas a transportar agua del río santo: son las mismas que en Fátima o en Lourdes.



Vendedor de ofrendas en Har-ki-Pairi ghat

Baño ritual colectivo en Har-ki-Pairi ghat



Conforme el sol declina, un lento fluir de gente se dirige al ghat de Har-ki-Pairi. Y nosotros en él. Entre miles de indios, sómos los únicos extranjeros. Nos gustaría ser meros testigos, desapercibidos, pero es imposible no llamar la atención. Nos tratan con cortesía y curiosidad, nos saludan con un “namasté” o con un “wich country?”, nos ceden sitio para sentarnos en el suelo junto a ellos. Familias enteras se purifican en el río, en un ambiente de júbilo desenfadado. Atardece y, como cada día, comienza el “Ganga aarti”, ceremonia de “comunión” (es el término más acertado que encuentro) con el río, la madre Ganga. Sobre hojas trenzadas, flotan ofrendas de pétalos de flor y pequeñas velas encendidas, río abajo. Ahora sí que somos invisibles. Todos, sin distinción de edad, sexo o casta, se unen en el mismo “bhajan” (himno). También nosotros nos sentimos, de alguna inexplicable manera, parte. No comprendemos, pero acaso esa es la clave: aceptar no comprender. Hare Ganga...


Ganga aarti en Har-ki-Pairi ghat

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Es delicioso leeros, continuad contando la travesía, aunque sólo sea por ver las fotos. Madre mía, ¡qué colorido!

octubre 06, 2006  

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